Yo estuve en la selva oscura, eran mis guías el jaguar, el águila, la serpiente. El augurio de un descenso atroz era excesivo, pero proverbial. Alguien me dijo –acaso un artista, acaso un amor, alguien sugirió un retorno a la selva, uno más, a por un nuevo comienzo: Me animé: Porque la imposibilidad, me dijo alguien –acaso una publicidad, acaso un amor, es la palabra que mejor le cabe a los cobardes: Me reanimé. Y volví a mi montaña de selva oscura, a un nuevo comienzo, y cuántos van, cuántos van ya. Y aunque haya entrado solo, sólo debo hacerlo. Porque alguien me dijo –acaso un dios rechazado, acaso una voz en papel, alguien me alentó a escribir con sangre, a no ser un pensador de ocasión.
Y ahora cuando los relojes regresivos cuentan sobre un principio de final, alguien –acaso yo mismo, acaso un amor, alguien proclama la batalla desde la derrota, la ascensión desde la caída, la vida desde la oscuridad.
Porque alguien me dijo –acaso una historia, acaso mi amor, ella me dijo que antes de mí nunca había visto nevar. Y que si aún persisto en la memoria, es porque la tormenta no sabe ya cómo (hacerme) cesar.
Y entonces y luego y ahora yo, con mis manos afiladas y mi sangre boca arriba, ahora vuelvo a buscar la belleza en el frío, en la ausencia, en las visiones imposibles del mundo, siquiera del mío –acaso para enseñarte sus altos y bajos, en el lenguaje que nunca supe controlar, éste que me mata cada noche, éste que cada día me reclama como inmortal.
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