En un tiempo consideré la posibilidad del desprendimiento: Caer sin vacíos, con pesos de alma en los zapatos y la mirada gris abarcando los cinco horizontes. Sólo de esa manera, intuía, podría alcanzar mi yo. Era afortunado entonces en la caída, en la esperanza del bajo fondo, en la materia amortiguada y la muerte sobrevolando como una salvación: ¿Acaso como carne y sangre el hombre puede aspirar a otra solución? Y de pronto, la pregunta es la que ocupa el lugar al que siempre llegamos tarde: Acaso hemos de aprender del silencio, de la filosofía de la piedra: «Nadie responda, pues responder es darle más poder al interrogante».
Por eso hoy que aún sigo cayendo, me precipito en silencio, acuciado por una resignación indudable: Yo no tengo salida, cada día es una entrada que abre su oferta de aniquilación, pero no la acepto. La transformo en símbolo, y me adjudico estas palabras de mensaje, de botella a medio desperdiciar: Si el mundo manipula un truco que nos comprende, he ahí una señal.. Si ha de perjudicarnos, tal vez llegue, siquiera, a otro simple obstáculo más.
Pero sabré cómo eludirlo.
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