Uno de estos días te escuché en una canción. Ella y vos me hablaban entre notas y confesiones, me cantaban esa letra que desde antes de todo, de nada, yo intenté desentonar. Y entendí que vos como la música son pasajes sin entorno, sin continente, no necesitan de espacio para agredirme, ni tiempo para aprender a olvidar.. Y luego de esperar por aquello que supuse verdadero, me cansé de repetirme en coro, de desvanecerme en un solo, de esperar en vano la merecida ovación.
Desde entonces ya no te pude volver a componer.
Uno de aquellos días te advertí en una amenaza. Ella y vos me reclamaban toda atención. Como un símbolo de lo inabarcable, me encontré ante tu nada, toda hecha de ausencia, de nada y gracias por todo. Ahora debo irme, ahora debo volver a no ser.. Y no volví a reconocer el peligro de la caída. El precipicio me halló injuriando en vacío, colgado de tu nombre, como esos ecos que se pierden bajo los pies, hundiéndose sin remedio, descendiendo.. Sin caída final.
Desde entonces, ya no te quise volver a rescatar.
Uno de otros días te descubrí en una película. Ella y vos me contaron aquello que yo siempre quise escribir, esto que hoy pretendo salvar. Me enseñaron que para argumentar nuestra historia era preciso revolver en el caos, desatender el presente y retornar sobre el recuerdo defectuoso, aquel que se encapricha en confesarme que todo lo que pasó tuvo su efecto, que todo lo que vivimos estuvo de alguna manera alentada por el bienestar de alguno impreciso, para provecho de alguno de—más. Y yo comprendí que para salvarte, para no dejarte morir en mí, tenía que aprender a despedirme desde antes, acaso desde la primera vez en que te dije adiós.
Desde entonces ya no hago más que regresar.
Ahora.. ¿Por qué insisto con esto?
Acaso porque cualquiera de algún día el inventarte será mi único argumento. El único factible para volverte a frecuentar.
Hasta entonces..
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